El grafeno, la promesa del futuro

Paseando hace unos días por los pasillos del Mobile World Congress en Barcelona, tuve ocasión de acercarme a un estand en el que se proclamaban las maravillas del grafeno, ¡la gran promesa del futuro! Por lo general, yo soy bastante escéptica con respecto a las panaceas, así que al llegar a casa decidí bucear un poco en la red y contrastar los vaticinios con algo de realidad científica. Lo cierto es que he de reconocer que esta vez, sin que sirva de precedente, puede que no todo sean vanas promesas.

Por si os halláis en la misma situación que yo y no sabéis —como era mi caso hasta hace bien poco— qué es esto del grafeno, aquí os dejo unos breves apuntes y juzgad vosotros mismos.

Al parecer, el grafeno es un nanomaterial descubierto un poco por casualidad en 2004 por Andréi Konstantínovich Gueim (1958) y Konstantín Serguéievich Novosiólov (1974), dos investigadores de origen ruso afincados en la ciudad de Mánchester. Y la casualidad se tradujo en éxito porque, en 2010, ambos científicos fueron galardonados con el Premio Nobel de Física por este hallazgo.

Según he podido colegir, el tremendo atractivo de esta nueva sustancia radica fundamentalmente en el hecho de que aúna diversas propiedades que lo convierten en un material de una utilidad inestimable para sectores muy diversos: no solo es un fantástico conductor de electricidad (se calcula que 10 veces mejor que el cobre) sino que además resulta extremadamente flexible, ligero (un metro cuadrado de grafeno pesa tan solo 0,77 mg), es 100.000 veces más delgado que un cabello humano, e insospechadamente resistente (100 veces más que el acero). Es decir: acumula energía, no pesa, no ocupa, aguanta lo que le echen sin romperse y, por si fuera poco, es transparente. Así, no es de extrañar que este desconocido se haya colado desde el comienzo en los primeros puestos de la parrilla de salida del circuito industrial. Se lo propone como posible alternativa del combustible de vehículos (una batería de coche se recargaría en 4 minutos) o del silicio; podría utilizarse para fabricar baterías de móvil cargadas en tan solo 1 minuto; pero además figura a la cabeza en la lista de posibles soluciones a ciertos transtornos graves de salud: según se desprende de las últimas investigaciones llevadas a cabo por el Cambridge Graphene Centre, gracias al grafeno se podrían llegar a restituir las funciones sensoriales perdidas por los pacientes afectados de parálisis motora —no me parece poco— o mejorar las condiciones de los enfermos de Parkinson. Y el abanico de virtudes no se cierra aquí: otros sectores manifiestan también que la aplicación del nuevo material podría ofrecer resultados muy apetecibles en aeronáutica, fotografía o incluso en los procesos de desalinización del agua. Como veis, quizá no sea el elixir de la juventud, pero podemos afirmar que el grafeno sí llega cargado de promesas para mejorar nuestras vidas. Sin duda, nos encontramos ante un descubrimiento revolucionario y merece la pena seguirle la pista.

Me vuelvo con mis pesquisas para continuar desvelando los secretos sobre el que merecidamente llaman «el material del futuro». La semana que viene, os cuento más.

 

Cecília Belza